Durante tanto tiempo los parroquianos han visto a César Navarrete organizando todos los detalles para que la celebración de la Santa Misa salga impecable; sentado al órgano, cantando cuando no hay coro; enseñando y guiando a los acólitos y también a los ministros de la comunión. Ha sido el encargado de abrir y cerrar el templo, con todo lo que ello implica: prender y apagar luces; abrir y cerrar ventanas; encender y apagar la calefacción durante el invierno; y arreglar el altar con todos los ornamentos litúrgicos, entre otros muchísimos pormenores que implica la celebración de la Eucaristía. Además de tener todos los detalles preparados para bautizos, primeras comuniones, matrimonios, confirmaciones y funerales. Y luego, cuando se abrió la capilla de adoración en el año 2016, ha estado a cargo de abrirla y cerrarla, además de exponer al Santísimo cuando el párroco, el padre Rodrigo Domínguez no ha podido.
César (83 años, casado con Micheline Marie Landon Pugh; padres de 3 hijos, César Michel, Paulette Marie y Solange Nicole; y abuelos de dos nietos) es profesor de castellano, magíster en filología con mención en literatura hispánica. Además, fue docente en la Universidad Austral de Chile, en la Universidad Católica y en la Universidad de Santiago en la carrera de pedagogía en castellano.
Se educó en el Colegio de la Salle, estuvo en el Seminario Menor y un tiempo en el Mayor con los Religiosos Asuncionistas, donde estudió filosofía y teología.
De su madre, abuela y tías, César conoció el amor por la Iglesia y por la música. “He cantado toda mi vida. Hice la primera comunión a los 7 años, me confirmaron 10 días después (así era antes) y empecé a ser acólito en mi parroquia. Entré al coro con los Barnabitas desde muy chico”, cuenta. Con el órgano se familiarizó primero a través de su abuela que tocaba piano. Además, fue al conservatorio donde fue alumno del sacerdote belga Piet Dekers, primer premio de órgano en Liejas, “y después en el Seminario tuve grandes maestros. También aprendí música gregoriana con el padre Ángel, benedictino”, recuerda.
César ha sido el creador de mucha música para misa, trabajó en los primeros grupos de renovación litúrgica en Chile -después del Concilio Vaticano- con Monseñor Manuel Larraín, obispo de Talca entre 1938 y 1966. Les puso música a los textos litúrgicos oficiales en español porque antes eran en latín. Fue maestro de ceremonias en la catedral de esta ciudad. “Fui un privilegiado de Dios de haber podido trabajar con monseñor en esto. Siempre que había necesidades, me pedían algo y lo hacía. Así nacieron diferentes misas, las que están todas aprobadas por la Iglesia”, aclara. Y se han difundido por distintas partes. “A veces me llevo la sorpresa de llegar a una parroquia y cantan alguna”, dice.
Y hasta la actualidad, ha seguido componiendo. En los últimos años hizo un canto al Sagrado Corazón, al Ángel de la Guarda y luego, en el Año de San José, uno a este santo “porque hacían falta”.
LA LLEGADA A LA PARROQUIA
Como en la Universidad Austral anunciaron que cerrarían las pedagogías a mediano plazo, César se vino a Santiago en busca de otras oportunidades laborales. Entró a la Universidad Católica donde hacía clases de Literatura Medieval en pedagogía y también ayudaba a los Asuncionistas con la liturgia, cuando le dieron el dato de que el párroco de Santa María de Las Condes, Hugo Pinninghoff, había comprado un órgano y necesitaba un organista. Lo contrató de inmediato. Un tiempo después, le contó que estaba participando en la construcción de una parroquia en Los Trapenses y que necesitaba su ayuda. “Le dije que con gusto podía ayudarlo. Me pidió que fuera maestro de ceremonias porque el cardenal Oviedo iba a ir a poner la primera piedra en agosto de 1997. Eso significó que yo llevara el agua bendita”, recuerda riendo.
Después continuó viniendo a ayudar los jueves y los domingos en la celebración litúrgica. Finalmente, “me pidió que fuera maestro de ceremonias en la consagración del templo. Yo estaba complicado porque había que estudiar todo el ritual y no sabía. Sin embargo, se refería a que fuera el locutor. Eso fue en agosto de 1999 y en diciembre me vine definitivamente. Partí haciendo de todo: abrir, cerrar, leer las lecturas, hacer la colecta, dar la comunión, tocar y cantar al final”, rememora César.
Entre tanto quehacer y las clases en la Universidad con las que aún continuaba, apenas se dio cuenta de la construcción del templo que fue muy rápida: en solo dos años. “Estaba cerrada toda el área de la edificación y no se veía. Hasta que un día entré a ver el templo. Estaba prácticamente construido. Fue una impresión muy grande”, cuenta.
-¿Cómo fue creciendo la parroquia en todo este tiempo?
Primero el Padre Tomás Scherz me dijo ‘¿cómo usted César puede hacer todo? Pidamos ayuda’. Empezamos a trabajar en eso, pero él tenía que irse a los 6 meses. Después llegó el padre Fernando Chomali como párroco (hasta que lo nombraron Arzobispo de Concepción) y me pidió que me quedara siempre. Hizo construir un departamentito para mí y mi familia, para que yo estuviera aquí, lo que he hecho hasta el día de hoy.
Después vino el padre Juan Francisco Pinilla, con quien hicimos mucha amistad y ahí se formaron los grupos pastorales. Nombró a Edgardo Fuenzalida como jefe y me dijo ‘usted ha ayudado mucho, que ellos hagan las cosas, que ellos lleven la parroquia’. Después llegó el padre Juan Debesa y posteriormente el padre Rodrigo Domínguez hasta ahora.
-¿Qué han significado para usted estos 25 años en la parroquia?
En realidad, son 24 porque yo el primer año venía a ayudar solo algunos días. Primero, haber podido realizar lo que yo aprendí. Después, tener un sueldo que me alcanzó para poder vivir y ayudar en mi casa. Estoy muy agradecido de los fieles por esto. Además, estoy feliz de haber podido entregar todo lo que tenía. Pude ayudar a los ministros de la comunión para que aprendieran lo que yo les podía enseñar y en lo que me pedían para que las cosas salieran lo mejor posible. También con los niños como pedagogo. Muy pronto con el primer párroco me empecé a preocupar de la formación de los acólitos. Me acuerdo con mucho afecto de ellos. No ha sido fácil, así es la vida, pero me voy muy contento y lleno del cariño de la gente. También, agradecido de los diferentes párrocos que me han dejado hacer todo esto.
-¿Qué mensaje le gustaría dejarle a la comunidad?
En los cuatro vitrales que hay en el templo se repite -como en el profeta Ezequiel- el agua que fluye. A nadie hay que echar de menos, aunque es algo natural porque nos estimamos. Todos vamos en el río colaborando en la obra de Dios, el río vital. Ya pasaron muchas aguas, incluso algunas ya llegaron al mar que es morir, como decía Jorge Manrique, poeta español. Fernando Rojas, Silvia Sota y Juan Manuel Barahona quienes fueron ministros de la comunión de esta parroquia, ya llegaron al mar de Dios. Y ahora los que están, que sigan fluyendo, que sigan en la vida de su parroquia que les va a hacer muy bien. Falta que mejore y vengan nuevos ministros de la comunión y más adoradores a la Capilla de Adoración. Yo seguiré en otras aguas en Valdivia, pero en aguas reposadas ya.
-Se va con la misión cumplida…
Lo que Dios me pidió yo ya lo cumplí. Hice su voluntad con cariño.